A las cinco en punto, con puntualidad intachable, el pequeño papamóvil, un jeep, pasó por el arco de las Campanas y penetró en la plaza con Juan Pablo II en la parte trasera, sonriendo y saludando a la multitud. La costumbre era dar un par de vueltas a la plaza antes de llevar al Papa al sagrato, la plataforma colocada delante de la basílica, desde donde se dirigiría a la multitud.El vehículo avanzó con lentitud entre las vallas de madera, por encima de las cuales era frecuente que algunos padres levantaran a sus bebés para que los cogiera el Papa y los bendijera. Juan Pablo acababa de devolver a una niña a sus padres y se dirigía a las Puertas de Bronce del Palacio Apostólico cuando, a las 17’13, se oyó algo extraño: De repente, en el cielo de la tarde, habían echado a volar cientos de palomas. Una fracción de segundo más tarde, gracias a la acústica peculiar de la plaza se supo el motivo.
Colocado detrás de la primera fila de peregrinos, junto a una de las vallas de madera, Mehmet Ali Agca acababa de disparar dos tiros al Papa con una pistola semiautomática Browning de nueve milímetros. Juan Pablo recibió el impacto en el abdomen y cayó hacia atrás, en brazos de su secretario, monseñor Dziwisz. La imagen del Papa inerte, transmitida poco después al mundo entero, recordó inmediatamente a millones de personas las representaciones artísticas de Cristo en su descenso de la cruz .
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